Nosferatu: por esta vez, paso
Ir a ver una película de terror dirigida al público adolescente ya es un indicador de lo que se puede esperar. A pesar de contar con un elenco de grandes actores y nuevas promesas, Nosferatu termina siendo una extraña mezcla de decepción y letargo. Me da la impresión de estar viendo una narrativa propia de franquicias cuyo género está tan sobreexplotado.
Definitivamente mi versión favorita es la anterior, pese a que, de hecho, no la he visto. Inclusive, considero mejor las apariciones del personaje en Bob Esponja, que el mismo director también citó en algunas entrevistas.
La película comienza mostrando el origen de la unión entre los personajes de Orlok, el vampiro de turno, y una adolescente de la época victoriana que, en su desesperación por compañía, decide pactar con los demonios e intercambiar su existencia por un poco de atención.
Disfrácenlo de amor u obsesión, pero lo que se muestra es claramente una manipulación sexual que desata muerte y desgracia en todo un pueblo. (Habría preferido morir antes que soportar las dos horas y fracción de tortura que significó ver esta película).
Momentos absurdos, una edición que no cuaja, una fotografía oscura -pero no en un buen sentido- y con una narrativa extraña que, entre saltos confusos, omite el difícil viaje del personaje de Nicholas Hoult para luego centrarse en la masacre de un pueblo cercano al castillo del conde.
Después de eso, llegamos a la escena donde Hoult firma un contrato sin leerlo. Vaya abogado, vaya guión.
Cuando vi a Willem Dafoe (héroe máximo) aparecer, imaginé que su personaje podría levantar la película, pero solo fue el bufón de bálsamo para explicar lo que no se puede explicar.
La mejor parte de la película fue cuando terminó y salí de la tortura, lenta, simple y con diálogos tan olvidables como absurdos, que solo me hacen pensar en la interferencia de las grandes compañías en la visión de un artista… o quizás, simplemente, me hice más viejo.
Por esta vez paso. Esperemos la siguiente.